Mientras la vida se nos escurre entre los dedos a veces nos dedicamos a pensar, a recordar, a proponernos crear o destruir cosas; yo hoy quiero destruir dos mitos, dos de los grandes mitos que siempre he respetado, admirado y que en muchos aspectos he deseado imitar.
Los dos mitos son Jesús de Nazareth y Ghandi, los cito así por su orden cronológico, aunque quizá el segundo tenga un valor más real puesto que se trata de una historia que aunque pueda estar manipulada es seguro que lo está menos que la del primero.
Jesús de Nazareth, según nos cuentan en la Biblia y al margen de su parentesco con la deidad o no, que resulta cuando menos poco demostrable sino es por medio de la fe, fue sobre todo un hombre bueno. Nos dicen que nació en Belén, que precisamente como consecuencia de los comentarios de los magos, los conocidos como reyes magos, se ordenó por parte de Herodes la muerte de todos los niños menores de dos años, intentando así matarlo a él; pero entrar ahora en toda esta controversia para la que existen diferentes versiones es poco menos que no ceñirse a lo que realmente me importa. No soy historiador ni lo pretendo, no estoy interesado en cuestiones de fechas, ni de probabilidades, ni de si está o no documentado éste o aquel hecho, puesto que esto al final sólo lleva a un camino, el de aceptar lo escrito, lo documentado por otros, sin poder cotejarlo en modo alguno por la obvia imposibilidad de hacerlo.
En fin, que me lío y no quiero liarme, a lo que quiero de verdad ir es a la bondad, a las bondades de este hombre que nos han llegado a través de los escritos evangélicos, y si es cierto todo lo que nos han dicho, me parece como siempre me ha parecido, digno ejemplo a seguir, si no fuera porque su final, su muerte, me parece más la elección de un loco, de un masoquista suicida o de alguien cuya depresión le llevó a abandonarse del todo.
Cuando nos narran la despedida de Jesús en la última cena siempre pienso en que ese hombre estaba sufriendo mucho por la incomprensión de las personas que le escuchaban, por el asentimiento vano sin entender nada de todos aquellos que se cruzaban con él, por la soledad de liderazgo, de un líder que no aspiraba más que al reconocimiento de ser buena persona, por alguien que quizá perseguía que todos fueran más consecuentes, mientras que comparativamente a otros líderes que ha dado la naturaleza, cuyos objetivos eran más comerciales que sentimentales, no terminó en ningún caso en esa frustración, que le lleva finalmente a entregarse a sus enemigos sin ni tan siquiera intentar esconderse, que ya no digo luchar que sería lo más natural. Cuando alguien se entrega ya de ese modo, cuando alguien renuncia a su vida a sabiendas de que además tendrá una muerte difícil, no puedo entenderlo, me cuesta aceptarlo y sobre todo me cuesta entender que nos lo hayan querido meter como la demostración de dar la vida por nosotros y ser hijo de Dios, algo bastante complicado de entender desde una óptica de reflexión o inteligencia.
El papel de Jesús en esos últimos momentos de su vida, en esas últimas semanas, hasta que toma la decisión de entregarse, es de lo más triste, del mayor victimismo, porque si bien siempre nos hicieron creer que él intuía o sabía que Judas le entregaría, si bien nos han hecho saber que en la última cena se despidieron, es decir, sí él o Él ya sabía que esa misma noche iba a ser apresado por los soldados, por qué en vez de huir, discutir o darle dos ostias que no hostias a Judas, se queda orando en el huerto de los olivos, esperando a que los soldados se lo llevaran, por qué cuando está frente a Pilatos insiste con trabalenguas que sabía que no iba a entender, con que sí era Rey o mejor dicho no decir que no lo era, o que si era o no el hijo de Dios, a sabiendas de que aquello no lo podrían entender las gentes de su época, por qué empecinarse en ayudar al vulgo sabiendo que el vulgo lo que buscaba era un líder que les sacase de su secuestro de los romanos y no un modo de vida en la que no se sintiesen esclavos de los romanos.
En fin, mi duda, mi reflexión, es la de que no puede uno entrar en Jerusalén a lomos de un burro y ser recibido como líder y después permitirse morir sin luchar, sin huir, puesto que hubiera sido más digno en cualquier caso morir de sed en el desierto, huyendo como era preciso, como hubiera hecho una persona que no quiere practicar la violencia pero que tampoco busca que se ejerza contra ella porque sí.
En cuanto a Ghandi me ocurre algo parecido, porque después de pasar en Sudáfrica por un abogado maltratado y vejado por el simple hecho de ser Indio, de montar allí su propio partido político para luchar, eso sí, mediante la no violencia, contra los verdaderos poderes fácticos, estar en la cárcel, etc., vuelve a su país monta todo lo que montó y finalmente lo que yo extraigo es que puedes consentir, locamente eso sí, el que se ejerza la violencia contra uno mismo, otra cosa es consentir y crear un movimiento para que la gente aguante esa violencia sin rechistar, eso desde mi punto de vista no encaja, ahí hay un punto de locura que se enajena de uno mismo para hacer sitio y hueco en las personas que te siguen por su propia carencia de pensamiento, lo que le hace a él responsable de esos males.
Hay otra vía a medio camino entre practicar la violencia y no practicarla o si se prefiere entre practicar la no violencia y tampoco consentir la violencia porque sí contra uno mismo o contra los que te rodean, porque en el fondo lo que subyace es hacer el bien, esa es en sí la filosofía de Jesús y de Gandhi, pero hacer el bien no puede ser consentir el mal, porque ambos pensamientos, ambas formas de ver la vida se confrontan, se enfrentan y no son compatibles.
De todos modos, como siempre, yo no trato de convencer a nadie de nada y estos escritos no sirven para nada, sino para mí, para divertirme, ratificarme en mi modo de pensar y seguir reflexionando sobre el sin sentido de muchas cosas que hemos oído a lo largo de nuestra vida y que quedan ahí como columnas vertebrales de nuestro pensamiento dirigido, cuando únicamente deben estar ahí para servirnos de guía de lo que merece o no merece la pena hacer o seguir.