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martes, 29 de abril de 2014

LA APODÍCTICA


Este escrito está fechado en otro de mis blogs, antiguo y dejado, con fecha del 6 de Febrero de 2007, sin embargo su origen es del verano del 95 y tal cual lo escribí en aquel momento lo dejo hoy aquí. Veréis que poco hemos cambiado y como todo sigue igual pero mucho peor.


En el mundo en que actualmente vivimos, -inundados absolutamente de información- , es relativamente fácil ser influenciado en nuestros gustos, formas de pensar, estar, tener y disfrutar. Cada día se nos hace menos necesario preguntar y preguntarnos  ¡¿por qué?!.   Los medios informativos invaden nuestra vida, nuestro tiempo, preparan las preguntas, las críticas y después nos dan las respuestas.



Desde los gobiernos, los sindicatos y todos aquellos que ostentan o desean ostentar parcelas de poder, se nos dice y advierte que, en el momento actual se hace imprescindible un continuo y progresivo aprendizaje de los nuevos medios tecnológicos; se nos invita a realizar cursos preparatorios de todo tipo con los que obtener nuevos títulos que nos habiliten para ejercer determinadas funciones. Todo ello se mueve a tal velocidad que no nos da tiempo a adaptarnos; cuando surge la idea sobre la necesidad de especializarse en una materia o nueva “profesión”, y en el tiempo que preparamos los cursos necesarios, ya todo ha quedado obsoleto y hay que comenzar de nuevo.

Siguen intentando, sin ni tan siquiera darse cuenta, enseñarnos y demostrarnos la forma, el método, para tener un mejor sistema de ganar el dinero suficiente para vivir con arreglo a lo establecido, sin que importe el verdadero conocimiento de lo que debamos aprender, sino el que hayamos realizado un curso y asistido a las clases. Cada vez que esto ocurre perdemos terreno y jugamos con mayor desventaja; terminamos pensando que entendemos de todo, o al menos un poco de todo, y realmente cuando nos vemos en la tesitura de tener que hacerlo tenemos miedo, porque lo cierto es que no entendemos de nada.



La preparación a la que nos someten va regida más al tiempo que al verdadero conocimiento; un simple examen, es el requisito exigido para la habilitación de un puesto de trabajo o una profesión; un simple examen corregido por un “simple profesor”, que sin ánimo de ofender, también consiguió su habilitación por medio de un simple examen. Todo esto me trae a la memoria momentos de nuestra historia y de otras naciones o culturas, en las que la imposición de medallas y el número de éstas tenía un valor desmesurado. Momentos en los que con los amigos, cuando aún no teníamos 10 años, veíamos a los militares cargando chapas, “pins” de todo tipo en el pecho derecho, hombreras y brazos, y sin conocer su valor, concedíamos más créditos a quienes más llevaban que a quienes menos, sin que éstos pudiesen demostrar cuáles eran sus verdaderos conocimientos o experiencias. Hasta no hace demasiado tiempo no era el tiempo de preparación lo más importante, sino la actitud ante los conocimientos adquiridos: la profesionalidad, la vocación...


Definitivamente me veo obligado a pensar que con excepciones muy concretas, todos nos vemos influenciados por esta sinergia del virtual progreso y no somos capaces de ver las virtudes de nuestros congéneres si alguien no nos dice que las tiene o no dispone de títulos que colgar en la pared. Cobra así razón merecida el refrán de: coge fama y échate a dormir, o aquel otro de: más vale caer en gracia que ser gracioso. El ser humano a cambiado muy poco en cuanto a personalidad, seguimos siendo tan “chupócteros” y poco auténticos como nuestros antecesores. Únicamente que lo que hoy vemos, sentimos y finalmente copiamos de la generalidad, es más sofisticado que lo que vieron, sintieron y copiaron nuestros abuelos. Y es que el conocimiento no habita en el hábito, sino en la apodíctica, es decir en la demostración del conocimiento.                                                            
Jesús del Pozo Amargo   “si te comparas con los otros puedes convertirte en una persona vana y amargada, siempre habrá cerca de ti alguien mejor o peor que tu”.(frase correspondiente a un epitafio encontrado en una vieja Iglesia de Baltimore, anónimo de l692)

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