Pese a la ruidosa confusión de la vida. Usted, como yo, habrá experimentado en ocasiones el sentido del ridículo, esos momentos en los que creímos estar en posesión de la razón simplemente porque la información, los datos, las referencias de las que disponíamos así nos lo aconsejaban y defendíamos una postura, un criterio, orgullosos a cara descubierta, sacando pecho. Sin saber como ni por qué, alguien o algo deja al descubierto argumentos que no dejan lugar a duda de nuestra sin razón; sin embargo la reacción no puede ser tan rápida y algunas personas continúan llevados por una sinergia, agónica de necesidad, empecinados en su razón.Creemos que los demás perciben los hechos y aconteceres de la vida, de igual forma que nosotros, con unas mismas magnitudes, pero en nuestro diario de la vida podemos observar como si entregamos un mismo periódico a tres personas, cada uno leerá o no con más o menos intensidad uno u otro artículo del mismo diario, no sólo percibimos lo que vemos de distinta forma, es que tenemos además distintos gustos e intereses. Estamos a gusto, instalados en una cierta comodidad, nos adaptamos a nuestras circunstancias, trabajo, amigos, vivienda, comida, diversión; defendemos nuestro sistema de vida, sólo por ser el nuestro; las más de las veces, ni siquiera conocemos otro y aún en esta ignorancia nos aferramos al nuestro, lo defendemos en la certeza de que es “el mejor”.Un día sucede, es un hecho casual, fortuito, repentino, que jamás habíamos deseado, que no esperábamos y siempre habíamos desterrado la idea de imaginarlo; algo ha fallado en el mecanismo, en nuestra vida normal, simple, rutinaria; ha sido una enfermedad, un accidente, una muerte, cualquier hecho desagradable que no entraba en lo previsible a corto plazo, que nos ha ocurrido a nosotros, a alguien muy cercano, que ha sobrepasado nuestra capacidad de sosiego, de teórico control de los acontecimientos y es entonces cuando pasa por delante de nosotros la angustia, la incertidumbre de si estamos sacando el jugo a la vida, si estamos aprovechando cada minuto y entramos en esa confusión que es el camino de la verdad, es decir, la mentira; porque el camino de la verdad, es aquel que desvela la mentira. Pese a tus falsedades Hacer un ejercicio de sinceridad, de desnudez, que desmorone nuestro equilibrio, no es en absoluto fácil. La falsedad es el reducto más inexplorado de la mente humana, forma parte indispensable de cada uno de nosotros. Nadie, absolutamente nadie sería capaz de hacer públicos todos sus secretos, en ocasiones ni tan siquiera a si mismo.Al igual que algunos animales se cubren de barro para estar a salvo de los parásitos y picaduras de insectos, nosotros los seres humanos, guardamos nuestra intimidad. Pero casi todos tenemos alguien, un amigo, un familiar, a quien hacemos cómplice de algunas de nuestras intimidades, tenemos esa necesidad de íntima comunicación; pero aún así hay cosas de las que por vergüenza, por mor de ser nosotros mismos nuestros mejores aliados no participamos con nadie. Mantenemos muchas de estas vivencias, pensamientos, fantasías en lugares de nuestro cerebro que son del todo inaccesibles, que tienen un código secreto tan seguro que por ningún motivo queremos compartir. Todos tenemos o hemos tenido pensamientos, fantasías y vivencias vergonzantes y todos negamos haberlas tenido. Por lo tanto aunque no tengamos razones para enorgullecernos de ello, sí debemos asimilarlo como un hecho más de la vida.
Pero a veces, son necesarias algunas experiencias en la vida para ser capaces de abandonar la responsabilidad hacia la moralidad, hacia los formalismos impuestos por siglos y siglos de presión jerárquica, tanto eclesial o religiosa, como política o legal; presiones que nos han hecho sucumbir ante hechos o aconteceres que nos han acaecido y hemos sufrido en primera persona. Y éstas deberían hacernos responsables de la comprensión hacia los demás, del ser capaces de al menos intentar un ejercicio de meternos en la piel del otro, de como decía Santiago, llevar las sandalias del otro durante siete días completos, y entonces, sólo entonces, comprenderíamos porque nuestros congéneres actúan de forma incomprensible para nosotros, y aún así, no tendríamos ni el derecho ni los datos suficientes para juzgar. Así que actúe como actúe, piense como piense quien tenemos frente a nosotros, debemos respetar su criterio de forma llana, sin pretender cambiar su decisión, acatando todos y cada uno de sus subjetivos defectos.En una ocasión dije, que un amigo es aquel que nunca te pregunta por qué, y sigo pensando así.Claro que no podemos respetar ni comprender todos los subjetivismos de cada uno, hay momentos en los que la ofensa hacia nosotros o hacia los demás, puede ser tan belicosa que sea inaceptable, no creo que haga falta poner ejemplos, es perfectamente comprensible, pero dado que si no lo hago tampoco sabrán ustedes a que me refiero, lo haré gustoso. Para mí, y léase bien, como me decía una buena amiga, todas las imposiciones políticas, eclesiales y me refiero a las de cualquier iglesia o religión, los atentados sean hacia políticos o estos últimos aleatorios en los que es indiferente quien caiga con tal de sembrar el odio, el terror o simplemente satisfacer el apetito de sangre de estos que se marginan solos, bueno pues todo esto y algunas cosas más que prefiero que se entiendan entre líneas puesto que sería arduo trabajo enumerarlas exhaustivamente, son un motivo claro para que mi capacidad de comprensión sea limitada, y el límite fijado sea éste, el de no aceptar a aquellos que pretenden imponer su voluntad de forma obligada y a costa de cualquier precio, y es indiferente que este sea físico o moral, cuando no nos gusta lo que hacemos y sin embargo nos lo imponen, no en beneficio de la sociedad, sino en beneficio de ideas que no permiten ser discutidas, ya están autorizándonos a no ser comprensivos.Por lo tanto es importante tener claro que comprender no es someterse, ni en uno ni en otro sentido, es simplemente ponerse en lugar del otro y aceptar sus motivos para hacer, pensar y decir.
Jesús del Pozo Amargo
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