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jueves, 21 de febrero de 2013

El Cuento de Tobías el Banquero


Este cuento no pretende ofender a ninguna persona que trabajando en un banco lo haga de un modo humano y se gane la vida con su trabajo de un modo honesto, sin engañar a su cliente. Decir también que el motivo por el que esto está escrito en letra pequeña es el mismo por el que ellos se basan en darte datos que resultan engorrosos de leer, bien por su extensión, por su léxico y  complejidad de siglas basadas en temas jurídicos o bien porque esta letra no hay quien la lea si no es aumentándola o con gafas de culo de vaso.





¿Qué es un Banquero? mejor dicho un bancario.


Es un Señor, no sé por qué normalmente de sexo masculino, aunque de todo hay en el mundo, normalmente uniformado de lo que llamaríamos hombre de negocios, de piel sonrosada o ligeramente café con leche corto de café, dependiendo de lo coqueto de cada uno, puesto que lo normal es que vaya a tomar rayos uva, como sucedáneo de lo que sería un color de piel natural, más que un color un aspecto.


Tiene barriga normalmente, aunque algunos de ellos se cuidan de tener un cuerpo un poco más acorde con lo que la naturaleza nos entrega, su musculatura suele ser blandengue, fláccida (con doble c en este caso) y laxa, pero es que ellos no son seres naturales, al menos del todo, más bien responden a algo artificial poco auténtico.


Si es cierto que nacen como todos de un óvulo y un espermatozoide, sin embargo en su evolución a ser humano hecho, aunque algunas mujeres dirían que están a medio cocer, sufren una serie de cambios hormonales y metafísicos que produce la aproximación al poder económico. Tan nocivo es este acercamiento como lo es la radiación que emite un acercamiento a un lugar nuclear. La única diferencia es que en este caso, es más nociva para quien está junto a él que para él mismo, es un simple portador del mal del que hay que estar siempre suficientemente alejado.


No hay una sustancia más nociva en este mundo que la aproximación al dinero, sus consecuencias, aunque no sean irreversibles o incurables, sí pueden causar grave deterioro y contaminación en la vida de los demás; los que vivimos al lado, sólo somos conscientes del olor que desprenden cuando ya es demasiado tarde, es entonces cuando la invasión de sus virus ya he hecho mella en nosotros.

Son simples portadores de ese virus, sólo contagian lo malo, en ningún caso hay que esperar que de esa relación fluya algo bueno para el que está al lado, el banquero siempre gana.


Hombre o mujer, su apariencia de ser humano límpio, de buenas intenciones, inmerso en la modernidad, de carácter a menudo religioso, incapaz de entender que las lechugas nacen hoja a hoja y que por mucho que uno quiera ha de esperar a que se hagan, es capaz de venderte la lechuga pensando que cuelga de un árbol y haciéndote visualizar que efectivamente es así.


Cuando pasan unos días, de pronto te haces consciente de que las lechugas nunca crecieron de los árboles, pero ya es demasiado tarde, tu ya has comprado la lechuga, y por supuesto has de pagarla.

Este virus desarrolla en el portador una especie de ninfomanía económica que es beneficiosa para él y perniciosa para sus contagiados, puesto que en ningún caso contagía la enfermedad que él tiene sino sus aspectos negativos.


En una ocasión oí alguien que contaba como un banquero había sido capaz de ofrecer a su hija en matrimonio a un jeque árabe que pasaba los veranos en una ciudad del sur de España:


-que se supiese, el banquero del que hablamos era profundamente cristiano, asistía a misa todas las fiestas de guardar y era costalero de una cofradía. Así que el "buen hombre" en cuestión pasaba desapercibido para las malas lenguas, era alguien que se había cuidado mucho de tener una reputación de lo que se llamaría buena familia, sinónimo a veces de posición económica desahogada.


El caso es que un día acudió a su banco, del que él era sólo el Director de sucursal, un árabe, vestido de árabe, al que reconoció enseguida por estar esta persona en boca de todos como el jeque; nadie sabe si realmente era jeque o no, pero sí se sabía, era evidente que tenía mucho dinero y que todos los años cuando llegaba al pueblo con toda una corte de chóferes, vehículos, guardaespaldas, cocineros, criados y probablemente esposas, se gastaba fortunas durante su periódo vacacional.


El árabe entró un día a su oficina, nadie protestó por ser atendido antes que los demás a pesar de no haber pedido cita, sólo pretendía informarse de la compra de unos terrenos pertenecientes a un vecino que había dejado como interlocutor al Director del Banco, entró al despacho del director invitado por él, invitado con una reverencia que casi rozó el suelo con la frente y se sentó en el sillón de la mesa del director, invitado por éste, pensando que de algún modo sacaría tajada de esta visita, pues aunque sólo fuera porque el jeque había elegido su banco entre todos los que había en la población, ya era motivo suficiente para el orgullo y para volcarse en atender a este personaje con todo tipo de respetos.


Nuestro director, era como digo una persona respetada por ser quien era, más de una persona del pueblo había perdido gran parte de lo que tenía y él había intentado ayudarles con créditos y otros tenían su dinero invertido en negocios que ignoraban de lo que iban, aunque fueran legales, por ser tan complejos para los usuarios que simplemente confiaban porque no sabían cómo salir de aquellas inversiones que les daban pingües beneficios. Él era un hombre de una estatura media, de piel sonrosada, con una pequeña tonsura en su cabello, cabello lacio, sin a penas fuerza, manos delicadas que jamás habían tenido otro cayo que uno que tenía en el dedo índice y otro en el dedo corazón, de escribir en la época en la que se escribía a mano; también tenía los párpados caídos y los ojos sólo se le encendían cuando veía una buena oportunidad de atraer dinero para su entidad. Pero el valor más preciado de este hombre, estaba encima de su mesa, en forma de recuerdo fotográfico, una hija de 17 años, de tal belleza que el jeque no pudo apartar su mirada de aquella foto durante varios minutos, hasta tal punto su fijación incomodaba al director que éste temió por su hasta ahora aparente dominio de la situación y se sintió vulnerable.


-Quizá no había sido suficiente con haberle hecho entrar sin esperar turno, con haberle hecho una reverencia que pasó de lo gentil a la servil, con haberle ofrecido su propio sillón, desde el que tenía una perspectiva del despacho del director completamente diferente, incluso una visión de los elementos, los amuletos personales del director, las fotografías de su esposa, su esposa e hija y él mismo el día de la confirmación de la hija a la fé cristiana junto con el obispo, un pequeño óbolo de la entidad reconociendo su labor y su entrega y la más preciada, su hija el día que marchó por primera vez a la universidad.


La belleza de la joven era deslumbrante y el jeque no podía apartar su mirada de ella; a pesar de tener 12 esposas, este hombre estaba siendo tentado por la virtual apariencia de una joven de piel blanca, cabello rubio y labios rojos, a lo que él estaba poco acostumbrado. El director nervioso quiso desviar la atención del jeque, sin embargo éste le pidió de repente que esa misma noche asistiera junto con su esposa y la joven a su casa, a una cena a la que estaban invitados. El director estaba siendo seducido, tentado, con la misma medicina con la que él mismo había sido capaz de arruinar a más de un vecino, con la oportunidad de obtener beneficio económico de aquella invitación.


Esa misma mañana cuando el jeque salió de su sucursal, el director tomó el teléfono y llamó de inmediato a su esposa:


_¿dónde está la niña? le preguntó a su mujer sin tan siquiera saludar.


..en su habitación, le contestó su esposa.


- pues bien, dile que no quede con nadie esta tarde, hemos sido invitados por el jeque a su cortijo a cenar esta misma noche, así que vístete bien y preparaos porque a las 19.30 hay que estar allí.


La esposa apenas preguntó nada, sólo obedeció y preparó la ropa para los tres, evidentemente ropa de etiqueta, pues como decía la esposa, aún llevando ropas de su tierra se le notaba que era un hombre muy distinguido.


A las 19.30 estaban los tres a la puerta del cortijo, un árabe, vestido de árabe, les abrió la verja de entrada y les acompañó hasta la casa, otros dos hombres vestidos como era propio, ya en la puerta les hicieron pasar hasta la zona de la piscina. El lugar era bello, rodeado de fuentes y pequeños jardines, además de artesonados más de estilo mudejar que otra cosa, lo cierto es que el aire que se respiraba era romántico, como bien dijo la esposa del banquero.


A juzgar por la expresión del rostro de la esposa se diría que se encontraba tan bien allí, tan ubicada, que de haberle propuesto el jeque quedarse posiblemente lo habría hecho.


El jeque les recibió con cortesía y hospitalidad, comieron y bebieron al estilo bereber y les contó de donde procedía y cual había sido su fortuna.


Al parecer y aún resultando extraño su madre había muerto durante el parto de un hermano pequeño, luego había sido hijo único, poco tiempo más tarde también su hermano falleció y su padre quedó sumido en tal tristeza que antes de cumplir los 40 años murió según dicen de pena. Él, el jeque, que no era jeque, sino una especie de jefe de tribu del desierto, heredó un número elevado de camellos y unas tierras que compró su padre en un país subsahariano que no quiso decir cuál era. Esas tierras resultaron de gran interés para una Empresa dedicada a la minería y buscadora de diamantes de la lejana Suráfrica y resultó que sus tierras tenían esas piedras; como buen bereber, buen comerciante, llegó a un acuerdo con dicha Empresa y hoy día no se dedica a otra cosa que a recoger el dinero obtenido por el arrendamiento de esos terrenos y un quinto de la producción de diamantes, lo que le permite vivir tan holgadamente como veían y además de él todos los miembros de lo que fue su tribu y que hoy día están repartidos por todo el continente africano haciendo todo tipo de negocios.


Después de tan interesante relato el jeque ofreció al banquero la posibilidad de invitar a su hija a recorrer el mundo acompañando al jeque en calidad de secretaria, previamente el jeque intentó por todos los medios agradar a su hija y hacerle ver que estaría en buena compañía.


Cuando llegaron a casa el matrimonio y su hija, fueron en silencio durante todo el camino y la madre le explicó a la hija la buena suerte y la gran oportunidad que se le había presentado. La hija había quedado fascinada por la buena educación del jeque, incluso había quedado seducida por sus formas y por lo exótico de lo que había vivido. También le ilusionó la idea, y al día siguiente aceptaron el ofrecimiento del jeque, diez días más tarde la hija salió de su casa con el jeque y un año más tarde logró regresar, durante todo aquel tiempo jamás vieron a su hija, sólo en alguna ocasión pudieron comunicarse con ella porque ella había logrado enviar algún mail al padre.


La realidad supuso que la ambición del padre, de la madre y la fascinación de la adolescente, les metió en un callejón del que salieron porque la fortuna así lo quisó, pero de no haber sido por aquel francés que se interesó durante una visita a la casa del jeque, en aquel país subsahariano, por la chica, ella continuaría en ese lugar sin otra capacidad de decidir por si misma que la que el jeque le permitiera.


Ahora, cuando el jeque no ha vuelto a aparecer por la ciudad, cuando el banquero no ha recibido nada por aquello y cuando la esposa ha vivido en carne propia la ausencia de su tan querida hija, nadie en el pueblo habla ya de lo que ocurrió, simplemente el banquero va con la cabeza baja lamentándose de su avaricia.

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